29.10.06

LA TORPEZA

CUIDADO CON EL PERRO DEL VECINO
El perro del vecino no siempre es amable con sus vecinos. En general tiende a ser agresivo. Hay quien dice que reconoce el miedo, que lo puede olfatear. Con su hocico de un tamaño que no cabe en el bozal el torpe animal se deja llevar por el instinto y busca protegerse y proteger a su amo. Se entiende. Su amo es quien le da de comer, le provee de techo y caricias, y hasta le consigue pareja cuando llega la época del apareamiento. Por eso el animal es tan fiel a su amo. Porque no es a su vecino sino a su amo a quien respeta, ya que si fuese su vecino y no su amo, le ladraría merecidamente.
Todo vecino, ya se sabe, es un enemigo a temer. Para lo único que está en el mundo es para molestar. Si a eso se agrega que a veces se irrita con cualquier tontería y hace reclamos permanentes, aunque moderados, debido al miedo que siente a que el vecino lo muerda, y no su perro... Podemos acordar en que todo vecino es una garrapata y que hay que exterminarlo. ¿Pero cómo? Moviendo la cola podría ser un método posible, pero lento y poco efectivo. Tal vez comprando un perro más grande y que ladre más...
Decir por decir
Todos sabemos que decir es lo más fácil del mundo; como plantar una semilla en tierra fértil y que algo brote. Pero también sabemos que para que ese algo brote y no perezca de inmediato, hay que regarlo cada día o dejar que el azar y la naturaleza se encarguen del trabajo. Decir es algo connatural al ser humano: se dice diciendo o se dice callando, pero siempre se dice, ya que no existe el vacío. Ni bien sembramos algo, algo brota, y cuando pretendemos cortar eso que brota y que tal vez no nos gusta, descubrimos que es imposible, que donde sembramos algo, algo siempre va a haber.
Decir por decir es decir sin decir sabiendo que aun no diciendo se dice. Entonces digamos, sembremos, cortemos lo que no nos gusta, hagamos lo que se nos venga en ganas, recemos a la nada para atrapar algo de lo que se nos escapa. Digamos y callemos. O simplemente callemos.